La política de la culpa histórica y el victimismo
12 de febrero
Angélica Correa
(c) imagen generada a partir de Microsoft Bing
Hace algunas semanas el mundo era testigo del inicio de las sesiones en la Corte Internacional de Justicia para discutir la acusación presentada por Sudáfrica en contra de Israel por genocidio. Y si bien el seguimiento del caso en materia de Derecho Internacional y de Derecho Internacional de los Derechos Humanos es algo de absoluto interés y que sin duda implicará consecuencias para el actual orden internacional, una de las cosas que terminaron llamando mi atención alrededor de la situación fue el anuncio de Alemania en el que manifestó su deseo de intervenir en el proceso judicial como parte indirecta, a favor de Israel.
Aquello me llevó a preguntarme acerca de cómo funcionaba el sentido de la culpa histórica para los alemanes – al menos para aquellos que detentan el poder – por lo que mi primer cuestionamiento se centró en la profundidad del compromiso alemán respecto de la recurrencia existencial del Estado de Israel, es decir, ¿la responsabilidad especial que el gobierno alemán sostiene puede tener matices o es un apoyo incondicional?
Para empezar, este compromiso ha sido explicitado en múltiples ocasiones por diferentes cancilleres poniéndolo en términos de Staatsräson (razón de estado). Y si bien este concepto se desarrolló tanto en el campo de la teoría jurídica, como en la teoría política y las relaciones internacionales, todas estas definiciones parten de un elemento primordial que es el “interés nacional”.
En ese sentido, cabe preguntarse si las palabras del Canciller Scholz en las que señala que la seguridad de Israel es razón de Estado, implicarían para la política real alemana una supeditación de los intereses a la valoración moral. Por ahora, podríamos decir que la justificación moral de la culpa histórica está alineada con los intereses nacionales que moldean la política exterior alemana, y esto es algo importante de resaltar para lo que describiremos posteriormente.
El pasado 13 de enero, el Estado de Namibia publicó un comunicado oficial, a través de la red social X, rechazando duramente el posicionamiento alemán a favor de Israel, pero, sobre todo, denunciando la hipocresía de la pretendida culpa histórica que detenta Alemania por sus crímenes cometidos. Namibia le hizo recordar al mundo que muchos años antes del Holocausto, Alemania ya había cometido el primer genocidio del S. XX en territorio africano, donde se crearon los primeros campos de concentración destinados a ser usados como centros de industrialización de la muerte.
El Presidente Hage Geingob, recientemente fallecido, hizo énfasis en que el gobierno alemán aún no ha expiado plenamente el genocidio que cometió en suelo namibio entre 1904-1908, el cual aniquiló aproximadamente al 80% de la población herero y al 51% de la población namaqua, lo que significó casi cien mil personas asesinadas de manera sistemática bajo dominio colonial. De hecho, tan solo hace 3 años el gobierno alemán reconoció la autoría de este genocidio y ofreció como mecanismo de reparación un financiamiento en términos de ayuda para el desarrollo en un periodo de 30 años.
Sin embargo, para un gran sector de la población y de los lideres políticos namibios, esta oferta de reparación, realizada el 2021, fue interpretada como una forma de instrumentalización política para comprar las voluntades del pueblo namibio (lo que podríamos considerar violencia estructural, en la definición extrapolada de Galtung) y una forma de limpiar la reputación del Estado alemán internacionalmente, además, esta fue tomada como una burla para la memoria histórica de los descendientes de las víctimas de los herero-namaqua.
Considerando este antecedente frente al planteamiento que hice inicialmente acerca del rol que cumple la culpa histórica alemana en las decisiones de política exterior, queda por preguntarnos acerca de por qué el Estado de Israel ha encarnado a la víctima fundamental no solo para Alemania, sino para el Occidente contemporáneo. Hay una especie de singularidad que parecieran no tener las otras víctimas, la cual hace que solo el pueblo judío pueda acceder a tener una condición de inimputabilidad y de necesidad de redención constante.
Por supuesto, esta condición es arbitrariamente decidida por Alemania y otros líderes políticos. ¿Es una cuestión de moral o de intereses? Pareciera ser que en realidad el criterio radica en los intereses, sino no tendría sentido la selectividad evidente que hay entre las víctimas para ser objeto de la culpa histórica. Y de alguna manera también presenciamos la invisibilización a la que se somete a aquellos que no han sido elegidos para ser las víctimas oficiales.
En un mundo en el que coexisten tensiones geopolíticas y que está al borde de un cambio de orden internacional, es importante entender que –lamentablemente- la tragedia humana suele ser utilizada como carne de cañón en la lucha por el poder. Sin embargo, la exposición de las contradicciones internas del actual sistema internacional basado en reglas (o que al menos se presenta de esa manera), nos puede permitir imaginar otros caminos posibles donde la historia también sea contada por las víctimas.